Mostrando las entradas con la etiqueta reflexión. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta reflexión. Mostrar todas las entradas

lunes, 10 de febrero de 2020

Carta a los maestros de Cortazar

La carta de Julio Cortázar a los educadores: 
“Ser maestro significa construir en el espíritu y la inteligencia”

En un artículo publicado en la Revista Argentina en 1931, Julio Cortázar reflexiona sobre la esencia y la misión de un auténtico docente y señala los frecuentes motivos del fracaso de la profesión. “En el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino”, afirma el escritor e intelectual argentino, que también fue profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta.
“Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que ya casi es presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de Escuela Normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue. Y que la lectura de estas líneas –que no tiene la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Julio Cortázar.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro tiende hasta la inteligencia, hacia el espíritu y finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal, permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriéndose pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar «un maestro correcto». Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores. Y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso.

¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta?

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo «cultura» ha sufrido como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el hombre que sabía idiomas y citaba a Tácito; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era –y es, para muchos- llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres…

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre –tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martín Heidegger- no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad.

Así tiene que ser el maestro.

Y ahora, esta pregunta dirigida a la conciencia moral de los que se hallan comprendidos en ella: ¿Bastaron cuatro años de Escuela Normal para hacer del maestro un hombre culto?

No; ello es evidente. Esos cuatro años han servido para integrar parte de lo que yo denominé más arriba «largo estudio»; han servido para enfrentar la inteligencia con los grandes problemas que la humanidad se ha planteado y ha buscado solucionar con su esfuerzo: el problema histórico, el científico, el literario, el pedagógico. Nada más, a pesar de la buena voluntad que hayan podido demostrar profesores y alumnos; a pesar del doble esfuerzo en procura de un debido nivel cultural.

La Escuela Normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La Escuela Normal da elementos, variados y generosos, crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos: hay que caminar hacia ellos y conquistarlos.

El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio. Estudio de lo exterior, y estudio de sí mismo. Aristóteles y Sócrates: he ahí las dos actitudes. Uno, la visión de la realidad a través de sus múltiples ángulos; el otro, la visión de la realidad a través del cultivo de la propia personalidad. Y, esto hay que creerlo, ambas cosas no se logran por separado. Nadie se conoce a sí mismo sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lecturas y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo. La cultura resulta así una actitud que nace imperceptiblemente; nadie puede despertarse mañana y decir: «Sé muchas cosas y nada más». La mejor prueba de cultura suele darla aquél que habla muy poco de sí mismo;porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios.

Al salir de la Escuela Normal, puede afirmarse que el estudio recién comienza. Queda lo más difícil, porque entonces se está solo, librado a la propia conducta. En el debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene el ser maestro, hay que buscar la razón de tantos fracasos. Pero en la voluntad que no reconoce términos, que no sabe de plazos fijos para el estudio, está la razón de muchos triunfos. En la Argentina ha habido y hay maestros: debería preguntárseles a ellos si les bastaron los cuatro años oficiales para adquirir la cultura que poseen. «El genio –dijo Buffon- es una larga paciencia». Nosotros no requerimos maestros geniales; sería absurdo. Pero todo saber supone una larga paciencia.

Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y una misión como la del educador exige el mayor sacrificio que puede hacerse por ella. De lo contrario, se permanece en el nivel del «maestro correcto». Aquéllos que hayan estudiado el magisterio y se hayan recibido sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o qué esperaban más allá del puesto y la retribución monetaria, ésos son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento . Pero yo he escrito estas líneas para los que han descubierto su tarea y su deber. Para los que abandonan la Escuela Normal con la determinación de cumplir su misión. A ellos he querido mostrarles todo lo que les espera, y se me ocurre que tanto sacrificio ha de alegrarnos. Porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte.

Texto completo de “Esencia y misión del maestro” – Revista Argentina (1939)

domingo, 13 de agosto de 2017

Reflexión: Circulo de odio.



El propietario de una empresa estaba enojado porque algunas cosas de su vida privada no le habían salido en esta última semana como él quería por eso cuando entró le gritó al gerente de su empresa.

martes, 16 de mayo de 2017

*EL PUNTO NEGRO* ⚫


Hermosa reflexión para que la hagamos nuestra y la compartamos.
Un tirón de orejas no viene mal, a veces encontramos en la queja una zona de confort que no debería existir

domingo, 9 de abril de 2017

La escuela de los animales.



Nada ejemplifica mejor ideas y experiencias como una historia con moraleja, esta vez les comparto la escuela de animales, el mensaje es claro y está buena para compartir con colegas, con padres de familia, a veces es la mejor forma de que comprendamos lo que explicamos a la luz de teorías y siempre queda confuso. Disfrútenla. 



sábado, 21 de marzo de 2015

EL NIÑO QUE PUDO HACERLO... (Reflexión)




Lectura para compartir en jornadas docentes.
1º-  Entregar copia de la historia
2ª- Solicitar a los participantes que expliquen que entendieron respecto a la explicación que brindó el anciano.
3ª-  ¿Cómo aplicaría esto que comentan los participantes en los estudiantes?
4ª-  Cómo aplicaría la reflexión de la lectura en su práctica docente.
5º-  Concluya haciendo un resumen de las reflexiones del grupo.



El niño que pudo hacerlo.

Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.


Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.

A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.

Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.

Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
-Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
-¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
-No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Historia para reflexionar: ¡MAL CARACTER!


Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Descubrió que era más fácil controlar su carácter durante todo el día.
Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.


Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: "Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves".
Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero el modo cómo se lo digas lo devastará y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como la ofensa física. Los amigos son joyas preciosas. Nos hacen reír y nos animan a seguir adelante. Nos escuchan con atención y siempre están dispuestos a abrirnos su corazón. Tenlo siempre presente.

martes, 14 de octubre de 2014

Fábula: los 20 euros.



Una profesora en clase saca de su cartera un billete de 20 euros y lo enseña a sus alumnos a la vez que pregunta: “¿A quién le gustaría tener este billete?”. Todos los alumnos levantan la mano.

Entonces la profesora coge el billete y lo arruga, haciéndolo una bola. Incluso lo rasga un poquito en una esquina. “¿Quién sigue queriéndolo?”. Todos los alumnos volvieron a levantar la mano.

Finalmente, la profesora tira el billete al suelo y lo pisa repetidamente, diciendo: “¿Aún queréis este billete?”. Todos los alumnos respondieron que sí.

Entonces la profesora les dijo:
“Espero que de aquí aprendáis una lección importante hoy. Aunque he arrugado el billete, lo he pisado y tirado al suelo… todos habéis querido tener el billete porque su valor no había cambiado, seguían siendo 20 euros.
Muchas veces en la vida te ofenden, hay personas que te rechazan y los acontecimientos te sacuden, dejándote hecho una bola o tirado en el suelo. Sientes que no vales nada, pero recuerda, tu valor no cambiará NUNCA para la gente que realmente te quiere. Incluso en los días en los que sientas que estás en tu peor momento, tu valor sigue siendo el mismo, por muy arrugado que estés”.

viernes, 8 de agosto de 2014

Felíz, tu maestro.



Felíz , tu, maestro,
porque tu tesoro son los alumnos
y tu vida es estar entre sus vidas,
haciéndolos madurar.


Felíz, tu, maestro,
porque no guardas la vida,
la derrochas cada jornada,
entre silencios y esperas,
entre esperanzas y dudas,
entre ilusiones y temores.


Felíz, tu, maestro
porque te sientes realizado,
haciendo que brote la vida que ya está allí,
oculta esperando la voz del amigo maestro.





Felíz, tu, maestro,
porque aunque todos te llaman profesional,
tu sabes muy bien que aprendes cada día,
cuando estás delante de ellos, tus maestros;
cada uno diferente, original e incomparable.
Cada uno maestro de su maestro.


Y si tú eres felíz, felices serán ellos también.

(desconozco el autor)

sábado, 31 de mayo de 2014

Si supieramos historia

Comparto con ustedes esta hermosa reflexión que nos tocaá a todos y especialmente a los que somos formadores, tenemos la posibilidad de sensibilizar con este breve escrito. 

Si supiéramos Historia sabríamos que desde 1870 los europeos y el resto del mundo llamado desarrollado hemos estado explotando África. Stanley, Livingstone, Bremen…fueron expedicionarios que nos abrieron los ojos. Nos descubrieron el Dorado. Luego potencias coloniales como Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Alemania, Portugal, Italia o España … hicieron y deshacieron entre ellos.

Si supiéramos Historia sabríamos que la Conferencia de Berlín, en 1885, supuso el reparto de una gran y rica tarta llamada África que era devorada por unos invitados que nunca fueron llamados. Luego llegarían las falsas independencias de esos territorios africanos, las fronteras artificiales, las guerras tribales, el neocolonialismo, el coltán, los diamantes, gobiernos corruptos, Ruanda, el Congo… guerra, pobreza, sangre y muerte…

Desde hace 150 años el continente más rico en recursos y materias primas ha sido masacrado por las necesidades del primer mundo. Por nuestras necesidades. Nos hacian falta y no hemos tenido reparos. No hemos sido silenciosos, ni sensibles, ni por supuesto solidarios. Los países del primer mundo tenemos un ritmo de vida que, por favor, no podemos parar.

Por ello, si aprendiéramos Historia seríamos mucho más empáticos, porque no cabría otra que ponerse en el lugar del otro, aquel que ha sufrido tanto para que otros vivieran como si fuéramos los dueños del mundo.

Si aprendiéramos Historia seríamos más solidarios, porque reconoceríamos que no es justo coger lo que no es nuestro y tendríamos que devolver con creces lo que antes y ahora seguimos cogiendo.

Si aprendiéramos Historia seríamos más sensibles ante las necesidades vitales de “estos negros” desesperados que algunos quieren criminalizar.

Si aprendiéramos Historia no harían falta vallas y cuchillas que nos separen.

Si aprendiéramos Historia, posiblemente, seríamos mejores personas.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Reflexión. Ahora que puedo ver

Siempre les colocamos historias útiles para que puedan ser utilizadas en la reflexión inicial de nuestras actividades y jornadas de formación. 

Cuenta una historia que había un hombre que, cuando tenía dos años de edad, había perdido la vista. Por casi treinta años, vivió en la oscuridad extrema. Se le había denegado la alegría de disfrutar las bellezas de la naturaleza: los arroyos burbujeantes, el tambalear de los árboles, los coloridos de las flores, el esplendor del sol al amanecer y la serenidad al atardecer. A la edad de treinta y dos años, se le realizó un trasplante de córnea, el cual le permitió volver a ver. De repente, se encontró en un nuevo mundo radiante de bellezas.
-¿Cuáles fueron tus reacciones inmediatas, ahora que pudiste recuperar la visión? –se le preguntó. 
-Todo este tiempo que moré en la oscuridad pensé que los rostros de la mayoría de los hombres a mi alrededor eran brillantes, alegres. Ahora que soy capaz de ver, estoy impactado al encontrar que la mayoría de las caras son tristes y malhumoradas. Raramente mis ojos ven un semblante alegre, sonriente. Me di cuenta de que los niños son felices y juegan con alegría. Pero, cuando crecen, sus sonrisas desaparecen y su alegría se evapora. 
Actualmente, la mayoría de los doctores sostienen la teoría de que, si un hombre es feliz y tiene el corazón iluminado, alegre y contento, positivo y sin dolencias, las enfermedades no se le acercarán y, si lo hacen, no se quedarán por mucho tiempo.

lunes, 6 de agosto de 2012

El maestro más rico del mundo



Había una vez un hombrecito chiquitico que quería ser grande. Vivía en un planeta lleno de tantas injusticias y tanta corrupción que hasta el viento travieso le soplaba indiferencias a cada rato y por todas partes.

-Cuando sea grande –se decía- seré maestro, y esta tierra de enanos dará los frutos que nunca nos comimos, así como la sombra de los árboles que tanto nos faltó y nos secó la piel de niños. 

Y así fue. Con gran esmero y con el dulce sabor a caramelos que su propia motivación le fue dando para ser grande como quería, aprendió a pensar como ninguno. Su creatividad le bastó para conseguir lo que quería. 

-También seré el maestro más rico de este planeta –se repetía constantemente cada vez que recibía el golpe de las burlas de sus amiguitos porque asistía a la escuela entre remiendos de calzones y alpargatas. Es que a sus padres apenas les alcanzaba para un almuerzo de cambures sancochados con arvejas cocinadas al fuego lento entre los cantos y resignaciones de una madre embarazada cada dos años y medio-. 

Brilló, pues, aquel hombrecito chiquitico como cocuyos en inteligencia y un buen día se graduó como maestro con las mejores calificaciones. Rápidamente consiguió trabajo. Enseñaba a sus alumnos y alumnas diferente a otros y a como él había aprendido entre castigos y maltratos. Acudía siempre a un cuaderno de apuntes por oposición que escribía en cada clase de un “pirata”, como le llamaba a los maestros que enseñaban con espadas y parchos en sus ojos por la forma de hacer uso de su propia metodología. Allí, en ese cuadernito con hojas golpeadas por el tiempo, escribió un sinfín de necesidades pedagógicas qué regalar a los pequeños en el aula, inclusive a los grandes de la historia. Sus enseñanzas se desarrollaron entre juegos y sonrisas, confundidas entre saltos y canciones inventadas. Y mientras otros maestros gastaban y gastaban para impactar y dar sus clases magistrales en medio de adornos con los que fueron rellenado sus vacíos pedagógicos, aquel maestro pequeñito -que ahora comenzaba a hacerse grande- se hacía rico inadvertidamente. 

Las bondades de los más agradecidos con los que, por suerte, les tocó compartir la mejor de sus experiencias escolares, lo fueron llenando de riquezas. Y mientras más recibía más iba compartiendo. No podía evitar los retornos que desde el cielo le enviaba el Todopoderoso. Fue así como llegó a tener el jardín más lindo del mundo con las flores que sus estudiantes le fueron regalando. Asimismo, sembrando junto a ellos las semillas de los frutos que diariamente le fueron obsequiando, alcanzó a vivir en medio del bosque fructífero que soñó tener toda la vida. Llenó su casa de lámparas con la brillantez de su inteligencia, y con la dulzura de su corazón aromatizó el camino de la pedagogía. 
Llegó a tener la biblioteca más completa que nadie antes imaginó jamás: la construyó con su saber y las historias infantiles que escuchó y recibió al final de una clase en hojas sueltas con dibujos llenos de piratas y cometas, cruzando mares y estrellas como sueños. Depositó, pues, en el banco aquellos millardos de afectos, bendiciones y agradecimientos que a diario recibió de la gente que supo realmente apreciar su talento humano. 

Aquel maestro se convirtió en el maestro más rico del mundo porque aprendió a no ahorrar las frivolidades de la competencia ni las simplezas mismas de la vanidad que no hacen más que dejar vacíos los corazones de los hombres. Ése fue su secreto para hacerse rico y grande entre grandes, pues en contacto con los niños y niñas de la escuela de la vida comprendió que nada pesa y mucho vale regalar sonrisas, afectos, besos, abrazos y caricias positivas para fabricarnos una vida llena de riqueza espiritual, una vida de amor para elevarnos y acercarnos más a Dios. 

Ésta fue la herencia que dejó a sus hijos, maestros también como él, contaditos con los dedos de las manos y que hoy, muy cerquita de nosotros -aunque desapercibidos- dignifican el nombre de “EL MAESTRO MÁS RICO DEL MUNDO” de esta historia. 

AUTORA: PROFA. CARLA ALTUVE
www.cyonar.com.ar

AYER FALLECIÓ LA PERSONA QUE BLOQUEABA TU CRECIMIENTO





Un día, cuando los empleados llegaron a trabajar, encontraron en la recepción un enorme letrero en el que estaba escrito:

“Ayer falleció la persona que impedía el crecimiento de usted en esta empresa, está invitado al velorio”

Al comienzo, todos se entristecieron por la muerte de uno de sus compañeros.

Pero después comenzaron a sentir curiosidad por saber quién era el que estaba impidiendo el crecimiento de sus compañeros y la empresa.

La agitación era tan grande que fue necesario llamar a los de seguridad para organizar la fila en el velorio.

Conforme las personas iban acercándose al ataúd, la excitación aumentaba.

¿Quién será el que estaba impidiendo mi progreso?

¡Qué bueno que el infeliz murió!

Uno a uno, los empleados agitados se aproximaban al ataúd, miraban al difunto y tragaban saliva.

Se quedaban unos minutos en el más absoluto silencio, como si les hubieran tocado lo más profundo del alma.

Pues bien, en el fondo del ataúd había un espejo, cada uno se veía a si mismo, con el siguiente letrero:

Sólo existe una persona capaz de limitar tu crecimiento

¡TU MISMO!

Tú eres la única persona que puede hacer una revolución en tu Vida.

Tú eres la única persona que puede perjudicar tu Vida, y tú eres la única persona que se puede ayudar a sí mismo.

Tu Vida no cambia cuando cambia tu jefe; cuando tus amigos cambian, cuando tus padres cambian, cuando tu pareja cambia.

“TU VIDA CAMBIA; CUANDO TU CAMBIAS. ERES EL ÚNICO RESPONSABLE POR ELLA”

¡Cree en tí y NO te dejes Vencer!