martes, 12 de julio de 2016

La palmera y el sultan. (Reflexiones)



Un Sultán paseaba con toda su corte cuando se encontró con un campesino que trabajaba con mucho afán por trabajar la tierra. Ante tal visión, no pudo por menos y le preguntó al campesino:

- Trabajas con tanto esfuerzo para plantar esa palmera y nunca comerás sus frutos. Ese árbol tarda mucho en crecer y tu vida está a punto de llegar al final.

-Otros ya plantaron y nosotros comimos. Ahora otros comerán.

Al Sultán le desconcertó la respuesta y le quiso recompensar con una bolsa de 100 monedas de plata. El anciano no pudo por más y replicó:

-¿Has visto qué pronto ha dado fruto la palmera que planté?

El Sultán entendió que a parte de un hombre bondadoso tenía ante sí un hombre sabio y le tendió una nueva bolsa con monedas. Después retomó su camino y, mientras se alejaba por el horizonte, el anciano susurró:

-Realmente esta es una palmera extraordinaria. Normalmente el resto solamente dan una cosecha al año y esta ha dado dos en un día.



La sabiduría que dan los años, ¿verdad?. Ese cofre impagable de experiencia que vamos acumulando con el paso del tiempo. Una colección de nuestros peores y mejores vestidos que han sido testigos de cómo nuestra piel comenzaba a hacer esos surcos que llamamos arrugas.

El realidad quien hizo dos cosechas extraordinarias en apenas un momento fue el Sultán y fuimos nosotros, gracias a que hemos podido ser testigos de este corto pero interesante diálogo.

Por un lado, el anciano nos dice que tenemos una responsabilidad con las generaciones que nacen. Tenemos el deber moral de dejarles el mejor mundo que podamos a nuestros hermanos, hijos, sobrinos, nietos, etc.

Se trata de cumplir simplemente con el principio de reciprocidad en el que se basan las relaciones, de agradecer de alguna manera lo que nos han dejado las generaciones que nos han precedido. No debemos olvidar que para progresar nos hemos aprovechado de los conocimientos que nos han trasmitido, tanto el que les llegó a ellos como los avances que ellos mismos hicieron.

Si lo hacemos probablemente recibiremos una recompensa de ellos mucho antes de lo que esperamos. Serán ellos quienes nos cuiden cuando nos hagamos mayores y será ese cariño que hemos sembrado en sus corazones el motor que les animará a respetarnos, querernos y a que trabajen ellos también para dejar un mundo mejor.

Por otro lado, el anciano no tenía ni idea de que el Sultán iba a pasar en ese momento por ahí. Tampoco sabía que era alguien que sabía valorar un buen trabajo motivado con un mejor fin.

Así, si somos nosotros mismos y no nos abandonamos, nos trataran de la forma que nos merecemos, tanto en los momentos esperados como en los inesperados. Las oportunidades van y vienen y se quedaran con nosotros aquellas que encajen en nuestras vidas en el momento que aparezcan.

De alguna manera es como si nosotros fuéramos una casa que podemos recibir invitados inesperados en cualquier momento. Si somos acogedores y tenemos algo que aportar, todos los invitados se querrán quedar y somos nosotros finalmente quienes seleccionaremos los que queramos que se queden. De la otra manera, serán ellos quienes nos seleccionen a nosotros, teniendo que aceptar invitados que no nos gustan para tener ingresos y poder seguir viviendo.

Así, finalmente tendremos un jardín lleno de palmeras extraordinarias que, aunque aún no ofrezcan fruto, nos dejen una cosecha todos los días. Ya sea por Sultanes que pasan o por el sencillo regalo que es para la vista ver como se abre camino algo que alimentamos y cuidamos con cariño.

Este algo no es más ni menos importante que nosotros mismos, pues la experiencia es un grado que nos brinda sabiduría.

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