“Había una vez un maestro que tras estudiar su carrera fue a trabajar a un pueblo a las afueras de la ciudad. Este maestro comenzó su andadura como maestro en un colegio privado de aquella localidad. Se sentía feliz y orgulloso de trabajar ahí, pues en general sus alumnos eran todos de las mismas con condiciones y los padres eran muy implicados.
Cada año deseaba que llegara la Navidad, pues los padres y alumnos eran muy agradecidos con su trabajo y siempre, siempre recibía multitud de regalos. Se sentía feliz y reconocido, aquellos detalles de los padres lo llenaban de satisfacción, sin embargo, había decidido buscar opciones en una escuela pública. Tras varios intentos, lo consiguió, aprobó y tenía que cambiar de destino. Tras una triste despedida de sus alumnos y de sus compañeros, el maestro emprendió camino a su nuevo trabajo.
Cuando llegó todo le llamó mucho la atención: las instalaciones, el profesorado, la directora, todo era muy distinto a su anterior trabajo. Nuestro maestro estaba deseando conocer a sus nuevos alumnos y a sus nuevos padres ¿lo valorarían? ¿cómo lo aceptarían?
Por fin llegó el día y el maestro se dio cuenta de lo diferentes que eran aquellos alumnos de los que había tenido antes, pronto vio como había alumnos con distintos niveles sociales, económicos y culturales.
El maestro comenzó a investigar el contexto, conoció que era un entorno de humildes padres y madres trabajadores, muchos de ellos procedentes de otros países, y algunos padres con dificultades económicas y laborales.
Convocó su primera reunión de 25 padres, solo acudieron 6. Se lo tomó como un fracaso “quizá no confían en mí, quizá me he equivocado en mis planteamientos”, pensó. La directora, lo vio muy afligido y decidió animarlo, le comentó que aquello era muy normal y que no se desanimara que lo importante era el trabajo que se hace con los alumnos.
Estaba finalizando el primer trimestre y el maestro se encontraba ya plenamente integrado en su nueva escuela, en su nueva labor, de repente le vino a la cabeza los recuerdos de su anterior colegio, de los agasajos de padres y alumnos, este año no será así, se repetía una y otra vez, para poder evitar crearse ilusiones.
Llegó el día del Festival de Navidad, sus alumnos actuaron magníficamente bien, Juan había evolucionado mucho en la lectura, María en Matemáticas, el nivel del grupo había subido mucho, estaba satisfecho con su labor. Al finalizar la fiesta los padres que acudieron se acercaron a él y le deseaban Feliz Navidad, él con cariño se despedía de alumnos y padres, pero regalos este año ninguno.
Cuando recogía el salón de clases, meditaba sobre las diferencias con su anterior colegio, de los agasajos que recibía, pero aquí algún que otro piropo y nada más. Un poquito cabizbajo, colocaba mesas y sillas cuando de repente la directora lo llamó, llegó a su oficina y vio que lo esperaban Laura y su mamá. Laura se acercó y le dio la mano y lo llevó hasta su mamá, una mujer que estaba pasando un mal momento pues se había quedado sin trabajo y su hija, Laura, tenía problemas de aprendizaje, parecía que todo el mundo se le venía encima.
La mamá se acercó al maestro y le dijo “No quería marcharme de vacaciones sin darle las gracias porque Laura ya ha comenzado a leer, viene contenta a estudiar y aprecia mucho a su profe, no tengo mucho que dar, ni que ofrecer, pero entre Laura y yo le hemos hecho este pequeño pastel del chocolate para que lo pueda disfrutar con su familia.”
Al maestro se le vino el mundo a los pies, aquello le había tocado el corazón, aquello era más de lo que había podido imaginar o desear. Les dio las gracias a Laura y a su mamá y les deseó felices fiestas.
Cuando se quedó a solas, volvió a reflexionar sobre el antes y el después, Laura y su madre le habían hecho sentir sensaciones que no tuvo en el otro colegio, le habían ayudado a comprender que el mayor agradecimiento a una labor es la que se hace desde el corazón."