Siempre les colocamos historias útiles para que puedan ser utilizadas en la reflexión inicial de nuestras actividades y jornadas de formación.
Cuenta una historia que había un hombre que, cuando tenía dos años de edad, había perdido la vista. Por casi treinta años, vivió en la oscuridad extrema. Se le había denegado la alegría de disfrutar las bellezas de la naturaleza: los arroyos burbujeantes, el tambalear de los árboles, los coloridos de las flores, el esplendor del sol al amanecer y la serenidad al atardecer. A la edad de treinta y dos años, se le realizó un trasplante de córnea, el cual le permitió volver a ver. De repente, se encontró en un nuevo mundo radiante de bellezas.
-¿Cuáles fueron tus reacciones inmediatas, ahora que pudiste recuperar la visión? –se le preguntó.
-Todo este tiempo que moré en la oscuridad pensé que los rostros de la mayoría de los hombres a mi alrededor eran brillantes, alegres. Ahora que soy capaz de ver, estoy impactado al encontrar que la mayoría de las caras son tristes y malhumoradas. Raramente mis ojos ven un semblante alegre, sonriente. Me di cuenta de que los niños son felices y juegan con alegría. Pero, cuando crecen, sus sonrisas desaparecen y su alegría se evapora.
Actualmente, la mayoría de los doctores sostienen la teoría de que, si un hombre es feliz y tiene el corazón iluminado, alegre y contento, positivo y sin dolencias, las enfermedades no se le acercarán y, si lo hacen, no se quedarán por mucho tiempo.
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